Después de un paréntesis de cuatro años en la música, se vino hace dos meses el lanzamiento del último disco de Lily Allen, No Shame, que recibió críticas mixtas. Al respecto, varios conocedores del medio coincidieron en que fue un trabajo bien producido y profundamente personal.
El tema Come On Then mostró -si se quiere- el lado más caótico de Allen, en el cual sonó desilusionada acerca de la representación de ella misma en los medios y la realidad que bien conoce.
A medida que el álbum avanzaba, se sintieron representaciones de los momentos más tumultuosos de su vida. Fue posible percibir el sonido que la define como artista.
Pero Lily no estuvo sola. Reclutó al rapero londinense Giggs y al cantante de Afrobeats de Nigeria Burna Boy. Otros como Mark Ronson y Vampire Weekend's Ezra Koenig fueron convocados para agregar algo de peso a la producción.
Quizás lo más maravilloso de cada canción en No Shame, es que no pretendió dramatizar sobre el divorcio, los hijos, la intromisión de prensa y más, sino abordarla de manera desenfadada y sin rodeos.
En una oportunidad Allen conversó sobre la experiencia del aislamiento, mientras lidiaba con un acosador por dos años y medio, y se abrió sobre cómo sus acciones afectaron su vida y su trabajo.
Eso en parte ostenta la producción, sobretodo en los temas que afloraban su voz rígida y solitaria, muy diferente a lo que fue su single debut Smile lanzado en 2006.
“Pienso que escuchar No Shame es como tener una conversación muy sincera con un viejo amigo al que no has visto en mucho tiempo, y lo mejor de todo el proceso es escuchar que Allen se encuentra feliz otra vez y a gusto con su trabajo en el estudio”, dijo un crítico de la página Independent.