Durante su adolescencia, Angelina Jolie (42) tenía gustos muy particulares. A los 14 años, estaba obsesionada con la muerte, al punto que quería convertirse en directora de una funeraria.
También tenía preferencias extrañas al momento de elegir sus mascotas. Tanto así que tuvo una serpiente llamada Harry Dean Staton y un lagarto llamado Vladimir.
Por aquellos años, era fanática de Star Trek y en el colegio perteneció a una banda llamada Kissy Girls. Con sus amigas, se dedicaba a buscar chicos para besarlos hasta que rogaran clemencia.
Durante su juventud también coleccionaba cuchillos, una rara preferencia y nunca ha dicho qué hacía con ellos. Un poco más adelante, cuando estaba con Billy Bob Thorton, también tenía una silla eléctrica en casa. Y llevaba condigo siempre un colgante con un pequeño frasco con la sangre de ambos, para estar más unidos como pareja.
Sus compromisos laborales la llevaron a visitar gran cantidad de países en todo el mundo. Pero, tras visitar Camboya, devastada por la guerra en el 2000, la actriz asumió un papel que cambiaría su vida por completo al convertirse en una ferviente defensora de los refugiados y las personas desplazadas. A su regreso del país asiático, al que fue por el rodaje de la película Tomb Raider, Jolie habló con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
En el año 2003, escribió y publicó el libro Memorias de mis viajes, que es una crónica de sus experiencias en las misiones en Sierra Leona, Tanzania, Pakistán, Camboya y Ecuador.
En esta publicación, que ha sido aplaudida por la honestidad y la humildad de su autora, la actriz cuenta una anécdota que contiene un mensaje muy potente: “Cuando iba en el avión desde París, un hombre africano con un elegante traje azul, me preguntó sonriendo si era periodista. Le contesté: ‘¡No, sólo soy una americana que quiere aprender sobre África!’”.