Susana Aspiunza tiene 87 años y hace 13 meses se hizo su primer tatuaje: hoy su piel luce a la manera de un lienzo en el que se pueden contar una enorme cantidad de dibujos y frases que le tapan casi el total de su cuerpo.
“Mi padre tenía el brazo tatuado, de la mano hasta el hombro, y a mí siendo niña siempre me llamó la atención. Ningún señor tenía tatuajes, pero mi padre era navegante”, así relata Susana su incipiente interés en el mundo de la tinta. Un interés que surgió a muy temprana edad, pero tardó en hacerse realidad.
En el medio, la vida misma: trabajo, dos casamientos, dos hijos y tres nietos. También, las pérdidas: a los 40 años Susana enviudó y tuvo que hacerse cargo de la empresa de su marido. Un tiempo después volvió a formar pareja, pero tuvo que atravesar el fallecimiento de su hijo mayor y, tiempo después, el de su segundo marido. “La vida me castigó un poco y dije 'me voy a hacer un tatuaje, el Ave Fénix'". Tiempo después sintió que al diseño le faltaba "algo". Y junto a su tatuador lo resolvió agregándole una frase contundente: “Échame tierra y verás como florezco”.
¿El dato increíble? Suele ir dos veces por semana, y cada vez que va, programa algún turno para las siguientes semanas. En el local todo el mundo la hace sentir como en casa. “Somos una gran familia”, dice Susana. “Me entusiasmé, me siento cómoda con toda la gente que trabaja en el salón, me hace muy bien, rejuvenecí”.
Ese primer tatuaje se lo hizo en septiembre del 2017, al día de hoy (poco más de un año después), Susana tiene casi la totalidad de su cuerpo cubierto de tattos. Algunas frases, pero sobre todo dibujos de toda índole: su piel la recorren flores, hadas, calaveras, una boca mordiendo un fajo de dólares, el rostro de distintas mujeres, el retrato de un gato y una sirena, y más. Muchísimos más. Algunos son sugerencia de su tatuador, Cristian Rodríguez. También suele buscar en internet, o puede inspirarse en los tatuajes de otros clientes.
Susana ya es una habitué en Mandinga Tattoo. ¿El dato increíble? Suele ir dos veces por semana, y cada vez que va, programa algún turno para las siguientes semanas. En el local todo el mundo la hace sentir como en casa. “Somos una gran familia”, dice Susana. “Me entusiasmé, me siento cómoda con toda la gente que trabaja en el salón, me hace muy bien, rejuvenecí”.
Así, en lo que para muchos puede ser la cuenta regresiva de la vida, ella encontró un nuevo amanecer. Casi un comienzo. Y cuenta risueña que las reacciones que recibe de la gente son todas positivas.
Así, en lo que para muchos puede ser la cuenta regresiva de la vida, ella encontró un nuevo amanecer. Casi un comienzo. Y cuenta risueña que las reacciones que recibe de la gente son todas positivas, desde los desconocidos que se la cruzan por la calle y la felicitan por sus tatuajes y su valentía, hasta sus amigas o su hijo, que aún sin tener ninguno hecho, también la incentiva en este llamativo sueño cumplido. Esta actitud no sorprende después de escuchar lo feliz que la hace tatuarse. “Me siento rejuvenecida, me siento contenta, siempre tuve buen carácter pero ahora me siento mejor. Antes no me sacaba el jean y cada vez le bajaba más las mangas a la ropa; ahora con los tatuajes me pongo musculosas, muestro todo, no tengo ningún problema”.
Cuando era chica prometió: “No me voy a morir sin hacerme un tatuaje”. A los 87 años, la promesa está más que cumplida... y va por mucho más.