El año 2020 no ha sido bueno para los monarcas. Muchos han tenido que renunciar a sus eventos glamurosos para representar a sus ciudadanos, refugiándose en sus palacios hasta nueva orden, mientras que el rey emérito Juan Carlos se ha visto obligado a poner rumbo al Golfo Pérsico huyendo de escándalos. Tampoco fue un buen año para un rey que había sabido guardar las formas desde su llegada al trono en 2013, Guillermo Alejandro de los Países Bajos, que tuvo una sucesión de meteduras de pata este año, dejando su confianza popular por los suelos.
Si en abril el 76% de sus súbditos neerlandeses tenían mucha confianza en el rey de los Orange, ahora solo confían en él como rey el 47%, según una encuesta de la agencia de investigación IPSOS. Es la primera vez que suspende en confianza.
Aún se mantiene a flote en la 'satisfacción' social con su trabajo: un 51% de la población dice estar 'satisfecho' con su desempeño como jefe de Estado, un dato que en abril era del 67%. Y si, a principios de año, solo un 3% estaba realmente molesto con el desempeño del rey, esa proporción ha aumentado ahora al 14%.
Las críticas a la familia real neerlandesa no frecuentan la prensa de Países Bajos. Las acciones del rey Guillermo Alejandro suelen ser vistas como correctas y sus labores como necesarias para representar los intereses holandeses en el extranjero. Pero este año, con restricciones de viaje que le permitieron hacer pocas visitas oficiales y protagonizando múltiples gestos que provocaron críticas por 'falta de solidaridad' con el pueblo holandés, no pasa por su mejor momento.
Del nuevo yate a la foto del abrazo
Antes de verano, se compró un nuevo yate, un Wajer 55, por dos millones de euros para dejarlo aparcado en su casa de vacaciones en Grecia, vendiendo el que tenía hasta entonces, un modelo anterior que había adquirido en 2014. A los medios locales les costó confirmar la compra con la Casa Real, pero el rey no tardó en sacar a pasear su nueva adquisición, dando alas a la noticia.
El monarca decidió probar su nuevo yate en aguas holandesas, cerca de Ámsterdam. Fueron los ciudadanos quienes le vieron en el muelle, y dieron la señal de alarma compartiendo fotografías del espectáculo.
Era el mes de junio, se acercaba el final de la primera ola, y muchos sectores trataban de sobrevivir a un duro golpe provocado por el cierre exigido para contener la pandemia. Muchos esperaban reabrir sus negocios antes de verano gracias a las subvenciones estatales y haciendo frente a números rojos, despidos y un futuro oscuro.
En medio de todo esto, se hacía público que Guillermo Alejandro compraba un yate exclusivo, introducido en el mercado en 2016, y del que solo existen 50 unidades en todo el mundo. Mide 16 metros, tiene cuatro plazas para dormir, una pequeña cocina a bordo, cuatro hamacas en cubierta y está equipado con todo tipo de aparatos electrónicos para surcar las aguas de la Costa Azul, pero también de Ibiza, Mallorca, Marbella y Miami, por donde se vio navegar a sus iguales.
Con una sociedad aún molesta por ese derroche, y con el Gobierno levantando parte de las restricciones a nivel nacional, se pedía a los ciudadanos limitar sus salidas de Países Bajos, tratar de pasar sus vacaciones en territorio nacional y, sobre todo, mantener la distancia interpersonal de 1,5 metros para evitar más contagios que obligasen a recurrir a nuevas medidas.
El primer ministro, Mark Rutte, llamaba a esa nueva normalidad la "sociedad del metro y medio" -'anderhalvemetersamenleving', en neerlandés, elegida la palabra del año en Países Bajos-.
Pero aun con la que estaba cayendo, Guillermo Alejandro y Máxima optaron por marcharse a Grecia a disfrutar de su nuevo yate. Más allá de varias fotos robadas en las que aparecía el monarca tratando de ayudar a la reina a subirse al yate, también empezó a circular por las redes una fotografía en la que la pareja real aparecía posando junto a un hombre, el propietario de un restaurante en la isla de Milos, de pie, prácticamente abrazados y sin mantener la distancia social de metro y medio, una regla que no solo se exigía en Países Bajos, sino también en Grecia. Habían violado la norma más básica.
Al principio, optaron por ignorar las críticas, con el Servicio de Información del Gobierno neerlandés alegando que se trataba de una situación del "ámbito privado" de los reyes, pero después se disculparon en un comunicado tras el aumento de las críticas. "Apareció en los medios una foto en la que mantenemos muy poca distancia. Ignoramos la regla por la espontaneidad del momento. Por supuesto deberíamos haber estado atentos, porque el cumplimiento de las reglas contra el coronavirus es esencial, también cuando estamos de vacaciones", se justificaron.
El gran escándalo: vacaciones en pleno confinamiento
Olvidarse de mantener la distancia por unas circunstancias determinadas es algo que le puede pasar a cualquiera, así que, de alguna manera, sus plebeyos se olvidaron del incidente y pasaron página. Sin embargo, la familia real no tardó en traer a debate aquel error, cometiendo uno aún más grave: en pleno otoño, unos días después de que el Gobierno llamara a toda la sociedad a encerrarse en casa y salir solo para lo imprescindible porque Países Bajos estaba liderando las listas de los países con más contagios de la Unión Europea, los reyes se subieron a un avión oficial y se marcharon a su casa en Grecia.
A excepción del primer ministro, nadie estaba avisado de que los reyes se habían considerado una excepción al resto de la sociedad y se iban de vacaciones a una tierra de sol y playa. La tormenta de críticas y el escándalo que provocó ese viaje fue tal que tuvieron que subirse al primer avión que volvía de Atenas a Ámsterdam, uno comercial de la aerolínea KLM, unas horas después de aterrizar.
"Cancelamos nuestras vacaciones, después de haber visto las reacciones de la gente a las noticias. Son intensas y nos afectan. No queremos dejar ninguna duda al respecto: para que el virus esté bajo control, necesitamos seguir las reglas", escribieron.
La marcha de la familia real en un avión del Gobierno había dejado en evidencia también al propio Ejecutivo. La noticia se filtró en plena rueda de prensa del ministro de Sanidad y viceprimer ministro, Hugo de Jonge. Varios periodistas preguntaron sobre la cuestión, buscando un desmentido de un viaje que, de confirmarse, sería crítico.
De Jonge no tenía respuesta: ni siquiera estaba al tanto del viaje, creía que estaban en su palacio Huis ten Bosch en La Haya, siguiendo las recomendaciones oficiales de no viajar al extranjero. "No sé nada sobre las vacaciones del rey", admitió el ministro.
El Parlamento neerlandés convocó un debate de urgencia y la cuestión pasó a ser si Rutte no le había dejado las cosas claras, pidiéndole que no se marchara de viaje. A nivel oficial, el primer ministro es el responsable de las acciones del jefe de Estado. Los diputados tenían claro que un viaje así es lo peor que le podría pasar a la credibilidad de las medidas exigidas por el Gobierno contra el coronavirus. "Resulta imposible explicar que el primer ministro no haya protegido al rey contra esto", dijeron algunos diputados sobre la decisión del monarca de ir contra las medidas oficiales. Fue un error de cálculo, dijo Rutte.
Los reyes hicieron las maletas y volvieron a casa, refugiándose en palacio y tratando de pasar desapercibidos a su llegada a La Haya. Pero, con el escándalo aún en caliente, el país entraba en una nueva ola de indignación tras enterarse de que sus dos hijas mayores, la heredera Amalia y la princesa Alexia, se habían quedado en Grecia unos días más.
La explicación oficial es que, dado que regresaron en un avión comercial un sábado, solo había billetes disponibles para la pareja, su hija pequeña Ariane y un guardaespaldas. Las otras dos princesas se habían quedado en tierra por falta de asientos hasta el martes, aseguraron.
Rutte volvió a dar la cara por los Orange: la vuelta del rey a Países Bajos era una cuestión de interés público por el simbolismo que supone que el jefe de Estado no respete las normas, pero lo que hagan las dos princesas, de 15 y 16 años, era un "asunto privado". El primer ministro estaba al tanto de que las dos hijas de Máxima y Guillermo Alejandro se habían quedado en Grecia, y no informó de ello al Parlamento en la carta que le envió para dar explicaciones. Además, las princesas se habían quedado varios días más, cuando había espacio en vuelos posteriores inmediatos.
Las disculpas
Con la noticia sobre las princesas, el debate se volvió a reavivar cuando todos buscaban cerrarlo. Los reyes optaron por grabar un vídeo en el que se disculpaban por lo ocurrido. "Nos duele haber traicionado vuestra confianza en nosotros", dijo Guillermo Alejandro en un mensaje desde su residencia oficial en La Haya. Reconoció que fue "muy imprudente" haber ignorado el "impacto de las nuevas restricciones en la sociedad" holandesa, que debía confinarse en casa y teletrabajar, con la hostelería cerrada hasta nuevo aviso y un futuro incierto. "No somos infalibles", añadió el monarca, con Máxima reafirmando con la cabeza a su lado.
Las disculpas convencieron a los diputados que habían sido muy críticos con ellos durante esos días. "Fue un mensaje sincero y empático. Como dicen: comprometido, pero no infalible", aplaudió el diputado liberal Bart Smals. El demócrata cristiano Harry van der Molen calificó de "prudente" que se hubieran disculpado, mientras que el progresista Joost Sneller aplaudió que el monarca hubiera "reconocido con tanta franqueza que sus vacaciones no fueron apropiadas".
Aunque el mensaje convenció a la política, no caló tanto en la sociedad. Tres cuartas partes de los encuestados por IPSOS subrayaron que fue "imprudente" que la pareja real se marchara de vacaciones a Grecia en pleno confinamiento. Casi el 70% piensa que la imagen de la familia real se ha visto fuertemente dañada a consecuencia de ese paso. Aún así, un 40% de los encuestados piensa que han mostrado solidaridad durante la pandemia, frente a un 25% que no lo cree así.
La Casa de los Orange despide el 2020 con estos malos datos sobre su popularidad, que muestran que Guillermo Alejandro y Máxima lideran un país que no está muy convencido de que sus reyes tengan los pies en la tierra. Quizás ambos tengan que añadir a sus propósitos de año nuevo la tarea urgente de restaurar la confianza que nunca debieron perder y con la que contaron durante los últimos años.
Fuente: vanitatis.elconfidencial.com