En el cruce de la avenida Eva Perón con la calle Ameghino, hay un local que hace más de un siglo es atendido por la misma familia. Se llama “Yiyo, el zeneize” y, si bien a muchos los remite a la cuestión futbolera, poco tiene que ver con Boca Juniors. El zeneize es el dialecto propio de la región de Liguria, Italia, país en donde comienza la historia de Yiyo.
“El negocio, entre 1910 y 1915, fue una herrería que tuvo mi bisabuelo cuando llegó a la Argentina”, explica Danilo Wortolec, su bisnieto, sobre una de las esquinas más tradicionales del barrio de Parque Avellaneda.
En esos años, muchos de los gauchos y paisanos de las localidades del interior de la provincia de Buenos Aires que iban hacia el mercado de hacienda o a los mataderos, empezaron a pedirle comida y bebidas. La zona estaba lejos aún de ser urbanizada, y el paisaje era bastante agrestre y desértico. Por eso, ante la mutación de la demanda de su público que no parecía ya precisar tanto de una herrería, el local se fue transformando lentamente en una fondita. El cambio a su vez significó el paso al frente de una nueva generación familiar en el negocio, y los hijos de Egidio Zoppi, el fundador, empezaron a hacerse cargo.
La fonda evolucionó hacia una gran proveeduría que masificó el fraccionamiento de vino que llegaba de Mendoza y sumaron la producción de sus clásicos encurtidos. “Para los 80 llegó el apogeo del negocio, pero por las distintas crisis que atravesó la Argentina sobre finales de esa década, el destino del local tembló. “Bajaron la persiana de los grandes esfuerzos productivos y se volvieron un almacén más bien chiquito”, relata Danilo.
Para colmo, un encontronazo familiar entre los hijos de Egidio, el famoso Yiyo Zoppi, terminó en una suerte de ruptura. El abuelo de Danilo, para evitar problemas en la división de esos bienes entre Luis y Batista, cerró entonces bajo llave esos depósitos con mercaderías que eran de propiedad mutua con su hermano, hasta que resolvieran esa repartija. Pero esa repartición no se hizo, y esas puertas quedaron trabadas, congelando en el tiempo todo lo que había detrás.
“A principios de la pandemia mi situación era muy distinta. Trabajaba en otro negocio familiar, una fábrica de calzado. No lo había ni imaginado, pero a partir de la muerte de mi abuelo, en junio, empezamos a manejar el almacén”, recuenta el heredero del legado. Tras la muerte de “Yiyo Jr.” (Danilo explica que, casi por tradición barrial, a todo el que esté tras la barra de esa esquina, los vecinos lo llaman Yiyo), su nieto se juntó con dos colegas de un emprendimiento gastronómico que solía comprar mercadería ahí para no cerrar esa mitológica despensa.
Poco después de la muerte de Luis, la nueva generación a cargo del negocio familiar empezó a recuperar el lugar. La magia aparecía por todos lados, sumida un caos que precisaba de una curación muy paciente. Desde documentos históricos valiosísimos a botellas de vermú añejadas, de fórmulas secretas para la cocina a apuntes personales de Yiyo, todo repartido por doquier.
Así, lentamente fueron transformando el espacio conservando su esencia y encanto. Hoy por hoy, esa escenografía remite a una pulpería de antaño, al fondin de algún pueblo fantasma. Allí, muchos vecinos más alejados de la escena gastrónomica continúan acercándose en busca de alguna damajuana, sus insuperables embutidos o los quesos que los hicieron también famosos. El público más nuevo se arrima en busca de su oferta más novedosa. “La propuesta es sencilla, pero tiene una vueltita de tuerca para que la juventud se sienta atraída a probar clásicos reversionados”, detalla Danilo.
De ésta manera, Yiyo, El Zeneize se transformó en un enorme atractivo para prestarse a un viaje en el tiempo. Por la noche, las velas iluminan la esquina de Eva Perón al 4402, y las picadas con la coctelería superlativa que ahora los caracteriza van y vienen en bandejas que no paran de salir. Finalmente, la nueva generación familiar volvió asegurarse de que su esquina siga siendo la parada obligada para el que anda de paso. Y para el que no, con éste capítulo de De Barrio, la invitación ya queda formalmente realizada. Por lo de Yiyo, al menos una vez en la vida, hay que pasar.