"Quién pudiera reír... como llora Chavela", la línea -que vale un poema- pertenece a Por el bulevar de los sueños rotos, la increíble canción de Joaquín Sabina, inspirada tras un encuentro con Chavela Vargas, quien fuera su entrañable amiga, tanto sobre como debajo del escenario.
"Lo que nunca me había sucedido. Siempre me culpé por no ser capaz de llorar con la muerte de mis padres, pero esta vez me venció el desconsuelo", reconoció Sabina.
La historia cuenta que se conocieron hace 20 años, en Madrid, en la sala Morasol, y desde entonces sellaron esa imperecedera amistad.
Con la abrumadora noticia de la muerte de la cantante mexicana, a los 93 años y aquejada por problemas respiratorios y cardíacos, Sabina compartió su conmovedor recuerdo de despedida. Haciendo uso de la licencia poética que lo caracteriza, el cantautor español redactó una carta abierta, donde recuerda a "La Vargas", y cómo nació la devoción que confiesa hacia ella.
Aquí, la transcripción completa del texto, que se ha publicado en el perfil oficial de Chavela:
"Andaba dibujando en un cuadernito, una costumbre que recién adquirí, cuando vi por la televisión, encendida sin sonido, la imagen de Chavela. Di voz al aparato. Se nos fue, escuché. Y me cogió un llanto irreparable. Lo que nunca me había sucedido. Siempre me culpé por no ser capaz de llorar con la muerte de mis padres, pero esta vez me venció el desconsuelo. Yo nunca me tomé copas con mis ídolos: Bob Dylan, Leonard Cohen o Brassens. Y sí, con Chavela, con la que he cantado, nos hemos abrazado y reído hasta hartarnos. Todas esas veces cuentan y contarán siempre entre las más grandes cosas que me han sucedido en la vida.
"Al conocer la triste noticia, que todos veníamos anticipando, he sentido la necesidad de bajar al bar a tomar uno a su salud, aunque el brebaje sin ella siempre será de los malos"
Será difícil, por ejemplo, olvidar cómo la conocí. Fue una noche de hace unos veinte años, en Madrid, en la sala Morasol. Dijo: ‘Yo vivo en el bulevar de los sueños rotos’. Y yo tuve que escribirle una canción con esa frase. Ya se había recuperado de su alcoholismo. Calculaba que había bebido algo así como 1,8 millones de botellas de tequila y solía decirme cuando me veía beberlo a mí: ‘Joaquín, ese tequila tuyo es muy malo; el bueno de verdad ya nos lo bebimos José Alfredo Jiménez y yo’. Al conocer la triste noticia, que todos veníamos anticipando, he sentido la necesidad de bajar al bar a tomar uno a su salud, aunque el brebaje sin ella siempre será de los malos.
Aquella primera vez, pedí a Pedro Almodóvar que nos presentara. Al acercarme, escuché cómo él le contaba quién era yo, pues Chavela no tenía la menor idea. ‘La admiro desde niño’, le dije. ‘Yo también le admiro mucho a usted’, contestó. Ante la mentira, exclamé. ‘Vete a la mierda’. Nos fundimos en un largo abrazo del que nunca nos libramos hasta ayer mismo, incluso aunque no pudiéramos vernos en su última visita a España, un viaje que quizá no debió hacer, pues no estaba en condiciones. Entonces, yo estaba de gira y a ella la ingresaron en un hospital.
Con su desaparición, se pierde una manera de cantar llorando, un quejío inigualable, una expresividad fuera de lo común. Unos cojones y unos ovarios nunca vistos en la música popular desde la muerte del bandoneonista Goyeneche. Ella no vendía una voz, vendía un estilo. Era una maestra en perder la primera al tiempo que ganaba lo segundo. Algo en lo que yo, sin duda, tengo mucho que aprender. En estos momentos de pérdida me digo: ¡Quién pudiera reír como llora Chavela! Y recuerdo algo estas palabras de Almodóvar: ‘Desde Jesucristo, nadie ha abierto los brazos como ella’”.