Hoy comenzó a escribirse una página más en la historia de la realeza británica, quizá una de las más importantes de los últimos tiempos. Con la muerte de Lady Di, los ingleses esperaban con ansias la llegada de una nueva princesa. Guillermo y Kate dieron el sí en la abadía de Westminster, colmada por miembros del Gobierno, jefes de Estado, integrantes de la realeza europea e importantes celebrities, un total de 1900 personas.
El príncipe Guillermo llegó a las 10.15 (hora de Londres) por la Gran Puerta Oeste de la abadía, acompañado por el príncipe Harry, padrino de boda. Mientras sonaban los acordes de la música sacra, los hermanos entraron al templo, donde fueron recibidos y escoltados hasta el altar por el deán y capellán de Westminster. Mientras William y Harry saludaban a la familia Spencer, llegaron Isabel II, la reina y la invitada más importante, el príncipe de Carlos y la duquesa de Cornualles y el duque de Edimburgo
La novia apareció en Westminster, casi a la hora prevista y sin defraudar a sus seguidores, aunque se demoró apenas unos escasos minutos, procedente del hotel Goring en un Rolls Royce Phantom VI, en lugar de un carruaje real. Catherin estaba hermosa con un vestido muy sobrio, blanco creación de la diseñadora Sarah Barton para Alexander McQueen, y lució una tiara ‘halo’ Cartier, que le cedió la reina. Entró del brazo de su padre, Michael Middleton, y recorrió los últimos metros hacia el lugar que la convirtió en princesa, un largo pasillo convertido en arboleda con seis arces ingleses y dos carpes.
Kate estaba sonriente y con la mirada fija en el altar, donde la espera su príncipe, con el uniforme de coronel de la Guardia Irlandesa y la insignia de la estrella de ocho puntas de la Ilustrísima Orden de San Patricio, entre otras. En el altar la recibió Guillermo con una sonrisa y espontáneos piropos: “Estás tan guapa. ¡Bellísima!”. Luego llegó el momento más esperado por todos: las preguntas y las respuestas que todo el mundo desea oír. El romanticismo acaparó la abadía en el momento del rito del intercambio de los votos y del anillo. El padre de la novia entregó su mano al arzobispo y este, a su vez, al futuro esposo. Guillermo pronunció su promesa de amor eterno y cuando le tocó el turno a Catherine, ella le prometió, muy emocionada, amarlo, confortarlo y honrarlo (en lugar de la tradicional fórmula de "obedecer") en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte les separe. El príncipe Harry le entregó al arzobispo de Canterbury una única alianza, como era deseo del novio, para bendecirla y que el futuro heredero se la ponga a Catherine en el dedo anular. A partir de entonces la música envuelve el templo para celebrar que los novios ya son marido y mujer y también duques de Cambridge, título que les ha otorgado la reina Isabel.
Luego todos fueron saliendo del templo, aunque los recién casados esperaron unos instantes, e Inglaterra estalló en vítores, felicitaciones y redobles de campanas.
Fuente: Hola España