María Elena Walsh se había cansado de las entrevistas. La aburrían. Ni siquiera las utilizaba como promoción para sus trabajos. Pero había excepciones. Seis años atrás, en 2004, se sentó frente a un grabador, en lo que sería una de sus últimos reportajes. El periodista Ezequiel Martínez hizo los honores y, post intro, se despachó con un pregunta y respuesta para el suplemento Ñ del diario Clarín, que aquí reproducimos:
-Alguna vez dijo que escribir para los niños significa reconstruir. ¿Qué es lo que hay que reconstruir?
- En estos momentos, ¡el lenguaje! ¡Nuestra querida lengua, que va desapareciendo en la miseria más espantosa! Hay que reconstruir un lenguaje prolijo, lo más estético posible. Y reconstruir también, en lo posible y por el interés que despierte, la atención del chico, que está muy dispersa. Lo ha estado siempre, pero ahora un poco más.
- ¿Siente que el lenguaje está más acotado, más bastardeado?
- Lo veo pobre, muy pobre. Es tan sencillo ubicar qué es la pobreza humana, y estamos utilizando cien términos de un vocabulario y de un idioma muy rico, que está muy empobrecido por una serie de razones que yo no puedo establecer exactamente; son muchas.
- ¿La televisión, por ejemplo?
- No, porque la televisión habla, puede tener letra mala o letra buena, pero la televisión se expresa. Pero el adolescente no se expresa, no puede, no tiene palabras. A esa pobreza me refiero. Es como el tipo que no come y no puede utilizar la cabeza porque le falta alimento, bueno, a este adolescente también le falta alimento. No sé a qué se debe, quizás al deterioro de la escuela primaria.
- ¿Y esa misma pobreza la ve en la literatura?
- No, en la literatura muchos escritores deciden escribir más sencillamente, tal vez imitando la pobreza de los chicos, cosa que a mí no me gusta, no me interesa, pero respeto que alguien lo quiera hacer. Pero creo que todos estamos con la preocupación de mejorar la lengua.
- ¿Esa crisis en el lenguaje conlleva también una crisis en la lectura?
- Bueno, al leer menos, eso también influye. Uno adquirió su lenguaje en la escuela y en la lectura. Pero no sé si los chicos leen menos, yo tengo nueve libros reimpresos míos en este mes, y se reimprimen constantemente; hablo de los míos, pero también hay muchos ajenos. Pero la lectura sin atención, sin ayuda del grande, para interpretar, para seguir un poco más allá, eso sí puede ser un factor importan.
- Sin embargo, hay fenómenos que acercaron a los jóvenes a la lectura, como el de Harry Potter.
- ¿De qué?
- Harry Potter.
- ¿Qué es eso? ¿Algo que ver con el Señor de los Anillos?
- No, pero son unas historias que se leen mucho.
- ¿Ah sí? Y yo sin saberlo, qué le vas a hacer. Es que estuve unos días en Mar del Plata y por ahí me lo perdí y ni me enteré. Un día vamos a tomar un café y me lo contás.
-Hay otros fenómenos más autóctonos que el de Harry Potter, que también tienen un éxito masivo, como Piñón Fijo. ¿Qué opina de ellos?
- No es lo mismo Piñón Fijo que otros. Siempre hay programas y productos específicamente televisivos para los chicos, que son vistosos, en colores, que van todos los días, pero Piñón Fijo tiene un todo docente, cuida mucho la lengua, enseña la hora, eso es docencia. Otros casos no, aunque siempre surgen fenómenos, normalmente con una chica modelo que hace monerías con los chicos. Pero eso a Piñón Fijo lo pongo aparte.
- Supongo que sigue siendo adicta a los diccionarios. Esa es una costumbre que los chicos están perdiendo ¿No?
- Perdón, eso es culpa de la escuela. El otro día leí que hay una serie de cosas que han sido radicadas de la escuela primaria hace mucho tiempo. Ir al diccionario, leer en voz alta, memorizar una serie de cosas que me parecen todas muy útiles. ¿Cómo sabe la gente cuántos días tiene un mes sin saber el versito "Treinta días trae noviembre"? ¿Sino memorizaste eso, cómo hacés? La lectura en voz alta te obligaba a pronunciar bien para ser entendido. Y también se perdió el diccionario. Una vez hice un viaje en un remisse, y el remisero me dijo: "¡Mire, qué suerte que la llevo porque hace veinte años que le quiero hacer una pregunta! ¿Qué quiere decir malaquita?". En cualquier diccionario lo podía encontrar, pero veinte años le llevó sacarse la duda. ¡Pobre hombre! Es muy triste la vida sin diccionarios.
- ¿Trata de mantenerse al corriente de la nueva narrativa?
- Sí, hay muchas cosas que leí últimamente que me gustaron. Leí una novela extraordinaria de Alan Pauls, El pasado. Que existan novelas así me da una gran alegría. También me gustó mucho un libro de crónicas de Martín Caparrós, y uno de cuentos de Hebe Uhart, que me pareció de una enorme calidad. Trato de enterarme de lo que sale, y trato de leer lo que pueda que me despierte curiosidad. Me da curiosidad la narrativa, porque veo mucha historia reescrita y mucho periodismo escrito, que no me interesa como lectura. Toda esa cosa de cómo somos, y por qué somos, y de dónde venimos me tienen harta.
- ¿Y vuelve a los clásicos?
- Alterno, pero releo mucho, sí. Hay libros que uno recuerda que fueron importantes y se vuelve a ellos. Otros se me caen de las manos, me aburren. Todos esos bocadillos cultos me aburren.
- ¿Y de los bestsellers qué opina? ¿son una mala palabra?
- No, momentito. Mucho respeto por el bestseller. Algunos me parecen deplorables pero otros tienen merecido tener lectores: una señora como Agatha Christie, o un señor como John Grisahm que cuenta todas las cochinadas de los abogados.
- El caso de Grisham, por ejemplo, es emblemático: logró una fórmula de éxito y empezó a repetirla incesantemente.
- Y sí, ¿y qué? Creo que en gran parte de la crítica al best seller hay una envidia lógica; quién no querría no sólo vender millones, sino vivir de lo que escribe. Yo no le escapo a los best sellers; leí El código Da Vinci también, y al principio me atrapó bastante con toda esa cosa histórica que tiene, aunque por la mitad ya me empezó a aburrir. Otro ejemplo: la truculencia de este señor Stephen King a mí no me gusta, pero sus escenas y su definición de personajes son de un escritor. Pero claro, su éxito se debe a esas truculencias, a esos huesos que caminan.
- En 1997, con "Manuelita ¿dónde vas?", usted retomó la literatura para chicos, que tenía medio abandonada. Desde entonces, excepto algún esporádico texto periodístico, no publicó más que narrativa infantil, ¿por qué?
- Es que no es voluntario, no es que me fije metas. Posiblemente el estado de ánimo me lleve a escribir eso y no otra cosa. Apareció la necesidad de escribirles a los chicos, esa necesidad de mucho juego, de mucha fantasía otra vez, y me siento muy cómoda ahí.
- En "Viajes y homenajes", otro de los libros suyos que se reeditan, hay una selección de textos periodísticos que habían sido publicados en "Desventuras." y "Diario Brujo", donde se excluyen aquellos que tienen que ver con temas coyunturales.
- Sí, ahí reciclamos algunas cosas, hicimos una selección de notas de viajes y homenajes, celebrando a gente o hechos de la cultura, y suprimimos prácticamente todo lo coyuntural, político, etc. Lo único que quedó ahí es Desventuras... porque es una nota que también es de defensa de la cultura.
- ¿Por qué dejó de lado lo demás?
- Porque no tenía muchas ganas. Esta es una colección de reediciones más universal, y aquellas notas mías coyunturales eran muy locales; están bien en los libros donde estuvieron en su momento. Entonces empezamos a suprimir y a cortar sin asco, y quedó un libro de otras características, con notas culturales, y así me gusta más.
- Muchos de esos textos "coyunturales" ya forman parte de la historia del periodismo, como su artículo "La carpa blanca debe tomarse vacaciones". A veces se extrañan esos artículos suyos que solían causar bastante alboroto.
- Sí, mis amigos también me dicen: "¿Cuando armás algún revuelo?". Pero aclaremos que yo nunca me propuse armar revuelo, el revuelo se armó solo. Y ya, en un momento dado, me gustó más el silencio que la opinión.
- ¿Por qué?
- Porque me quedé sin palabras. Desde hace un tiempo no he tenido ni tengo ganas de tratar ningún tema de ésos. Que alguien tome la posta.
- ¿Bajó la persiana?
- No, no. Pero hasta hoy, hasta este instante, no tengo ganas. Después se verá, pero por ahora no entro en ese minué.
- ¿Todavía se desayuna con la lectura de los diarios?
- Sí, con los chistes, con el horóscopo, y nada más.
- ¿Nada más?
- Mirá: cuando tenga ganas de escribir sobre las noticias que leo, ¡sabés cómo voy a recomenzar! ¡Ahí le voy a dar con todo!