Hace un rato, cuando el apuro me llevó a viajar en taxi, escuché a un señor que decía muy contento por la radio que lleva 26 años de casado y que desde hace 26 años tiene una amante con la que se encuentra, poco más poco menos, cada dos semanas. Ama a su mujer, decía el hombre, pero ese "toque" semana de por medio es fundamental para su vida.
¿Qué es lo que hace que el sexo prohibido sea más interesante que el sexo permitido? ¿es mejor ?
Me bajé del taxi con estas preguntas en la cabeza y se las solté a mi amiga que me miró con cara de alarma mientras sostenía una pequeña tetera con un saquito adentro y servía el té sin volcar. Lo pensó y mientras lo pensaba se acordó de una historia de amor de amantes. Dos que anduvieron años desesperados por estar juntos pero no podían porque ambos eran casados. Finalmente se separaron, sí, primero se separaron ellos, los amantes, y después se separaron de sus respectivas parejas y entonces se volvieron a encontrar y por fin pudieron estar juntos. Y no duraron juntos dos semanas.
Fue como si se les hubiera muerto algo. Se les había muerto la pasión, o la prohibición. ¿Cómo puede uno querer desesperadamente estar con alguien que está justo ahí, todas las noches, en la mitad de al lado de la cama?
"Pero por suerte, algunos somos más inteligentes", dijo mi amiga justo a tiempo para encarrilar mi línea catastrófica de pensamientos. "No hay que dar nada por sentado. Nadie tiene el futuro atado y, en realidad, en una pareja somos dos que no nos conocemos tanto ni tan bien. Es cuestión de mirar y descubrir otra vez al que tenés al lado de vez en cuando".