Las estadísticas dirán que Argentina no consiguió la proeza en el Mundial Brasil 2014, dirá que Alemania se coronó campeón en el Maracaná, que el resultado fue 1 a 0 a favor de los teutones, que los dirigidos por el inmutable Joachim Low consiguieron su cuarta Copa y otros tantos datos más que quedarán para los libros.
La epopeya no ocurrió, aquél penal no cobrado aún duele en los huesos, pero estos jugadores se convirtieron en campeones del pueblo.
Pero la frialdad de las estadísticas nunca podrá hacerle frente al calor de la pasión de un pueblo entero, que recordará por siempre a este equipo con el corazón –como debe ser- y no con la precisión quirúrgica de los números. Tras 24 años, Argentina volvió a disputar una final y un país entero estuvo en vilo, aferrado frente al televisor. Celebramos, nos abrazamos a una ilusión que cubrió de celeste blanco los cuatro puntos cardinales del territorio y tiñó también otras tantas latitudes en el globo.
El equipo de Alejandro Sabella no consiguió la proeza, y si bien la tristeza está ahí, punzante en el medio del pecho, también está el orgullo. El orgullo por la entrega de esos 23 gladiadores, liderados por Javier Mascherano, que dejaron todo en la cancha. La epopeya no ocurrió, aquél penal no cobrado en el segundo tiempo aún duele en los huesos, pero estos jugadores se convirtieron en campeones del pueblo, más allá de lo que diga la FIFA.