Un boliche en Comodoro Rivadavia. Un casamiento escurridizo, sin vestido blanco ni fiesta ni wedding planner, en Lanús. Un vuelo de Air France rumbo a París, y de allí a la ciudad holandesa de Alkmaar, de apenas 100 mil habitantes. Y el amor, muchachos. El amor…
Lejos de proyectar apariciones en TV o revistas con su nombre a la cabeza, Guercio desandaba los sueños de purpurinas para animarse a una historia diferente, aún cuando el término botinera no cotizaba como en estos días.
A pesar de la oleada escéptica que acosa la historia de Eliana Guercio y el flamante héroe del seleccionado, Sergio "Chiquito" Romero, este sentimiento –acaso en decadencia, al menos desde las agudas miradas de las redes sociales- es la respuesta a todo.
Lo de Eliana y Chiquito es, pese a quien le pese, un romance mayúsculo. Se conocieron en una disco de Comodoro, la ciudad donde Romero vivió hasta la adolescencia, momento en que partió a “probar suerte” a Racing, trampolín de su prolífica carrera. Por aquella época, Eliana era un fuego sobre las tablas, y en el boliche –por caso- la “figura de la tele” invitada para atraer concurrentes. Varones, claro. Él, en tanto, empezaba a mostrarse como un distinto en el arco, y se paseaba tímido en el vip, deslumbrado por la rubia del lunar a lo Cindy Crawford (Romero, se sabe, era demasiado joven para asociar este detalle, pero ha sido un puntal de conquista de la ex chica Sofovich).
Flechazo, presentación entre ambos, hilos invisibles que hicieron de las suyas (al estilo de las babas del diablo de Cortázar) y habemus metejón.
Mientras en la Argentina Eliana brillaba en teatro y bailaba por un sueño en ShowMatch, Sergio se animaba al otro sueño grande en el sub 20 campeón de 2007, en Canadá. Esa distancia, la de los cuerpos, sí jugaba en contra. Por eso no hubo negociación. "Te venis conmigo", apuró el arquero. Y en medio de rumores de embarazo, hubo casamiento en el registro de Miguel Cané al 100, en Lanús, con apenas un puñado de testigos y un par de fotógrafos que seguían el sorpresivo dato. Sí, quiero; y Eliana se fue con él. Sin un atisbo de duda.
Lejos de proyectar apariciones en TV o revistas con su nombre a la cabeza, Guercio desandaba los sueños de purpurinas para animarse a una historia diferente, aún cuando el término botinera no cotizaba como en estos días. En su caso, para reclamar como su máximo anhelo. El mismo que “atajó” el bueno de Romero. Un rústico de pocas palabras, una década menor a nuestra vedette en cuestión (ellos siguen jugando al misterio con el número de años exacto), pero con una seguridad que vuelve oropel y cosa de poca monta el temita de la asimetría generacional.
El resto es conocido: fueron padres de Jazmín y Chloe, y de ella no se supo mucho más profesionalmente. Incluso, dejó de atender los teléfonos que antes la reclamaban (y viceversa) en producciones sexies de todo tipo. Se la jugó a lo grande por Chiquito. Fue su sostén y compañera, la gran contención del 1 en los avatares del deporte, lesiones mediante.
Que algo no cierra. Que cómo le va a dar bola "ese bombón" a esa mina. Que es rarísimo... Mientras, ella salta con su camiseta desde la tribuna. Y él desdobla el papelito con una vieja promesa. Y lloran ellos. Ambos lloran. Y devuelven –socarronamente- una sonrisa al telón de dudas que los rodea.
Apenas ahora, y casi diríamos cada cuatro años cuando un mega evento como el Mundial los convoca, se sabe algo más de ellos.
Cada cuatro años, también, vuelven los sospechosos de siempre. Así, en genérico. Hombres, mujeres, tuiteros, si existiese ese tercer género. Todos y quien fuera se suman a endilgar sombras sobre la relación de ellos, que ya supera los siete años.
Que algo no cierra. Que cómo le va a dar bola "ese bombón" a esa mina. Que es rarísimo, adjetivo cada vez más recurrente cuando algo no combina con nuestro esquema mental.
¿Y si volvemos a confiar en el noble sentimiento, detrás de toda especulación? Dolina dice que cada mujer que pasa frente a un hombre sin detenerse es una historia de amor que no se concretará nunca. Romerito, en cambio, torció eso. Se adelantó –analogía futbolera mediante- sin que incurriera en una falta. Todo lo contrario. Apostó a la puerta tal vez menos prometedora. ¿Una vedette? ¿Más de diez años mayor? Bla bla bla… El amor es así. Sucede y punto.
Eliana y Sergio saben de eso, por eso se ríen de los refutadores de su relación. Y ella salta con su camiseta desde la tribuna. Y él desdobla el papelito con una vieja promesa, instantes antes de coronar con sus dos atajadas, a la Argentina como finalista de la Copa. Y lloran ellos. Ambos lloran. Y devuelven –socarronamente- una sonrisa al telón de dudas que los rodea.
El amor, muchachos. El amor…