Con su paladar exigente pero también a través de sus simpáticos comentarios, Christophe Krywonis (49) se luce como jurado de MasterChef (domingos, 22.15 por Telefe) junto a sus colegas Donato De Santis y Germán Martitegui, con quienes conforma un potente trío que se ha transformado en uno de los “platos fuertes” del programa. Pero, ¿quién es este chef francés que impone respeto con su mirada fija a los participantes mientras prueba sus platos?
"La cocina es linda porque es una historia de pasión. Si una mujer no siente placer por el buen comer, no sé cómo me va a seducir".
Nacido en Blois, una ciudad ubicada a dos horas de París, llegó a Argentina hace 25 años invitado por un amigo y no se fue más. Padre de Zoe y Lola, abuelo de Bianca y Felipe, fue uno de los pioneros de Palermo Hollywood con su restaurante "Christophe" y ha recorrido un largo camino impulsado por su pasión por la cocina para llegar hasta aquí.
El acento francés se mezcla naturalmente con palabras típicas del suelo criollo mientras confiesa que no quiere marearse por el éxito, pero disfruta agradecido de la repercusión que tiene el reality: “Aunque no parezca, estoy más sereno que nunca porque mi gran miedo en todo esto era la repercusión que iba a tener el programa luego de salir al aire en mi relación con la gente en la calle, en mi vida profesional y mi vida privada. Lo que más me importa es no cambiar mi forma de ser, no olvidar de dónde vengo. Entonces, me ha preocupado tanto que me lo tomo con mucha cautela y mucha humildad”, le cuenta a Ciudad.com en un cálido mano a mano.
- ¿Cómo es la relación con los otros dos jurados?
- Excelente. La pasamos muy bien, nos reímos mucho, más de lo que la gente se puede imaginar. Somos profesionales serios a la hora de trabajar pero somos personas como los demás y con tantas horas trabajando juntos, si no te divertís un poquito, no lo podés llevar adelante.
- ¿Por qué aceptaste la propuesta de Eyeworks y Telefe para sumarte al proyecto?
- Era la oportunidad de aprender algo nuevo y el desafío era que fuera un éxito. Ese fue el mayor desafío para mí. Siempre tomo las cosas así porque si hago algo sólo por la plata, no me sale bien. De verdad: si no me divierte, no lo puedo hacer bien. Soy un tipo bastante temperamental y que se involucra sentimentalmente con las cosas. Entonces, tuve que aprender a ser más objetivo para que el programa funcione.
"Cuando llegué al país, no tenía idea a dónde venía. No hablaba español, fue tremendo. Llegué con una camisa hawaina y alpargatas".
- ¿Cómo hacés si un participante te cae bárbaro pero su plato no es bueno?
- Una vez que quedaron los 16 finalistas y llegamos a lo que yo llamo la “casa de MasterChef”, vimos cómo fueron evolucionando a lo largo de los programas. Pero el que falla en el plato, por más que haya tenido un crecimiento fantástico y nos cueste, lo eliminamos. Porque lo que prevalece es el sabor y no perdimos eso de vista. Aquellos que nos ven como “malos”, es exigencia. Y la exigencia es la que nos ayuda a tomar decisiones en momentos en que no tenemos ganas de tomarlas.
- ¿Sos tal cual se te ve en la televisión?
- No, es sólo una faceta, si fuera todos los días así… ¡pobre de mí! (risas).
- ¿Cómo te llevás con las críticas en las redes sociales, donde el programa también se palpita con intensidad?
- No puedo responder a todos y además cuando una crítica no es justificada no le presto atención. Al principio, los dos primeros días… ¡cómo sufrí! Fue terrible, me dolía en el alma realmente. Es injusto porque por ahí sólo hay diez mensajes con mala onda y dos mil que te felicitan pero esos diez que te critican, duelen. Te dan ganas de decirles, ‘no me halagues pero ¿para qué me insultás?’.
- ¿Cómo es la relación con los participantes?
"A Oscar después de su 'alto guiso' le dije que aprovechara e hiciera muchas remeras con la frase así gana mucho dinero".
- Son todos muy respetuosos, cada uno con su temperamento y sus errores, pero ¿quién es perfecto? No encontré a una sola persona desagradable en los 16. Conmigo la relación ha sido excelente. Ahora que ya terminaron las grabaciones, me escriben y me consultan por trabajos. Por ejemplo, a Oscar después de su “alto guiso” le dije que aprovechara e hiciera muchas remeras con la frase así gana mucho dinero (risas). Estoy presente cuando lo necesitan.
- ¿Sentís la repercusión en la calle con la gente?
- Sí, es muy lindo. Hace dos días una chiquita de 5 años salía del Jardín de infantes con la mamá, me señaló y dijo “MasterChef”. Es muy gracioso. El otro día, estaba eligiendo carnes en el supermercado, charlando de una cuestión personal sobre lo tonto que es hablar de amor a una persona que te insulta, y un tipo me dice: “¡Arriba el amor!”. Ahí dije la puta madre tengo que calmarme un poquito con esto de expresar mis sentimientos tan abiertamente (risas). Atrás de él, vino un chico que me pidió si se podía sacar una foto conmigo y fue efecto de bola de nieve, se acercaron varios y me decían “ah, sos bueno en el fondo”. Es lindo, no hay agresividad, la gente más bien te admira.
- ¿Qué te enamoró de Argentina hace 25 años?
- Cuando llegué, no tenía idea a dónde venía. No hablaba español, fue tremendo. Me trajo un amigo uruguayo que trabajaba con Francis Mallmann, quien necesitaba un cocinero francés para su restaurante en Las Leñas. Yo viajaba mucho y venía de pasar un año en el Caribe. Llegué con mi camisa hawaiana, un pantaloncito y alpargatas. Pensé que me iba a La Pampa, no tenía idea geográfica alguna de Argentina, pensé que era todo calor… y bueno, llegué a Las Leñas un 1 de junio, muerto de frío (risas). Todos se burlaron de mí y me fui a mi habitación para descansar un rato. Recuerdo que miré por la ventana, era una noche de luna llena -esto es muy de película pero cierto- y la luna se reflejaba sobre la montaña. Entonces, pensé: ‘wow, ¿dónde estoy parado? Tal vez sea un buen lugar para asentar las valijas”.
"Pagué mi derecho de piso, como corresponde a cualquier inmigrante, me abrí paso normalmente sin sufrir pero sin privilegios".
- ¿Cómo decidiste quedarte?
- Y bueno, el tiempo hizo su trabajo. Me encantaron las chicas, ¡eso fue lo máximo! Era un chico normal pero las chicas me venían a buscar porque era un francés que estaba ahí en Las Leñas… Lo disfruté mucho (risas). Pero, además de eso, me encantó la bienvenida y la calidez de la gente, me impactó el país a nivel visual, geográfico. Después, conocí a la madre de mis hijas y me quedé por ella y por mis hijas, que nacieron acá. Luego me separé, mi vida cambió pero me quedé por mis hijas y mi trabajo. Pagué mi derecho de piso, como corresponde a cualquier inmigrante, me abrí paso normalmente sin sufrir pero sin privilegios. Me considero un inmigrante de la última camada, de los que también hicieron la Argentina de hoy.
- Fuiste uno de los primeros en instalarte en Palermo Hollywood, ¿qué te gustó de esa zona?
- ¡Que era barato! Había talleres por un lado, estudios de publicidad por otro, un bullicio de gente totalmente heterogénea. Y fue un éxito que comenzó con alambres. Me acuerdo que cuando abrí el restaurante no tenía extractor, entonces puse una falsa campana y tampoco tenía aire acondicionado así que puse solo la caja del Split vacía. Gasté 35 mil pesos para montarlo y facturó 800 mil pesos el primer año. O sea que fue un gran orgullo para mí y esas cosas no te las olvidás más. Hasta que me agarró la crisis del 2001, como a la mayoría, y perdí todo. Pero igual no me arrepiento de nada. Sigo acá, contento.
- ¿Tenés ganas de volver a abrir un restó?
- Sí, pero no es que ahora que estoy expuesto en la televisión quiero abrir un restaurante. Pasa por otro lado, es una pasión verdadera, uno no es cocinero por la televisión. La televisión me encanta pero mi profesión es la de cocinero.
"Es muy lindo que te cocinen, es algo que valoramos mucho los cocineros. Es hermoso que alguien se atreva a cocinarte y con cariño".
- Si estás en pareja, ¿quién cocina en tu casa?
- En realidad, la pregunta debería ser, ¿quién te gustaría que cocine? (risas). Ahora estoy solo, no sé qué va a pasar porque estamos en una situación complicada con mi pareja, pero cuando ella me cocina, me llena de alegría. Es muy lindo que alguien te cocine, es algo que valoramos mucho los cocineros. Es hermoso que alguien se atreva a cocinarte y con cariño. Mis hijas me cocinan a veces, me hacen un enchastre en la cocina, pero me encanta.
- ¿Y podrías estar con una mujer que no cocine?
- Sí, por supuesto, ¿cómo vas a exigir eso? Lo que sí me jode es el cigarrillo si tengo que decir algo… Eso sí, le tiene que gustar comer. Si no siente placer por el buen comer o no tiene ningún interés en eso, no sé cómo me va a seducir. Porque es mi pasión y si no está interesada en mi pasión, no creo que funcione. Nunca me pasó enamorarme de una chica a la que no le guste la comida.
- En Twitter te vemos interactuar bastante con la Negra Vernaci, ¿son amigos?
- Sí, sí, nos inventaron un romance porque la Negra me aprieta mucho, soy su objeto de deseo sexual (carcajadas).
- ¿Tenés muchos amigos famosos?
- Tengo varios pero no me gusta nombrarlos… No son mis amigos porque sean famosos sino porque se hizo una historia muy fuerte con la gente a través de Christophe, más allá de su profesión. Tenía una relación muy directa con los comensales en el restaurante. Por ejemplo, siempre recuerdo que estando en el aeropuerto de Colombia, a donde había viajado para un evento, se me acerca un tipo a saludarme porque había estado en el restaurante. Era Gustavo Cerati, que justo estaba yendo a Venezuela, donde luego tuvo su accidente… Me quedó marcado ese saludo, como tantas otras historias de encuentros y gente que conocí por mi profesión. Te lleva a pensar en lo que puede hacer la comida. Son recuerdos que me voy a llevar conmigo para toda la vida. El cocinero, para resumirlo, trabaja para dar placer y si la gente no disfruta, no tiene gracia. Para mí, la cocina es linda porque es una historia de pasión…
¡Mirá el video con el ping pong culinario a Christophe!