Por cuestiones profesionales, compartí el último año y medio con Eduardo Chaktoura en El Diario de Mariana. Y no puedo creer escribir en pasado sobre alguien tan joven, creativo, y con tantas ganas de aprender. Desde que llegué a DDM, me recibió con los brazos abiertos. Con el correr de las semanas, me di cuenta de que esa era su actitud de vida, y por eso era un tipo tan querido por todos.
Nunca faltaba en una conversación sus típicos: “Contame como estás” o “en qué te puedo ayudar”. Siempre estaba dispuesto a escuchar a todos, y cuando digo todos no es una frase hecha, sino una gran realidad.
Dos meses atrás, Mariana Fabbiani festejó sus 40 años en Pilar. Ese día, Edu se ofreció para armar un pool y llevarnos en su auto. Tuvimos una larga charla de ida y de vuelta, con nuestras compañeras Noe Antonelli y Karina Iaviccoli. En el trayecto, nos contó su extrema preocupación por importantes desajustes en una completa batería de análisis clínicos que se había realizado días atrás. En ese viaje, nos relató el susto que se había pegado ante los resultados, y que durante esos días le preguntaba a su médico si se iba a morir. Desde entonces, se estaba cuidando con dieta, gimnasio, natación y un poco más de tranquilidad. Justamente, el estrés era su gran enemigo. Esa paz que tanto sabía dar con sus palabras, no podía encontrarla en su vida cotidiana. Quizás, por estar tan preocupado por el otro.
Eduardo siempre estaba en mil cosas, trabajando en sus próximos libros, organizando charlas, pensando columnas para Lanata Sin Filtro o proponiendo temas para DDM. Y sumado a todas esas ocupaciones, su querido consultorio como psicólogo. Siempre corría por sus pacientes y por sus impacientes colegas.
La semana pasada, en una pausa, nos contaba una anécdota que lo pinta tal cual era. Mientras comentábamos un episodio de inseguridad (una entradera en un edificio), él nos dijo: “Me gusta bajar a abrirle la puerta de calle a cada paciente. Aunque baje y suba mil veces por día, no puedo ser tan desatento de no recibir a alguien que viene a confiar en vos”.
Unos días atrás, había vuelto de Miami de dar unas charlas, pero sus vacaciones (él no sabía que serían las últimas) había decido pasarlas reuniendo a su familia en Necochea. Y ése no era sólo un balneario para él, sino que era un lugar muy especial, al que regresó a cerrar el duelo por la pérdida de su abuelo, después de más de 20 años. En Necochea, Chaktoura pasó todos los veranos de su vida, hasta que su abuelo falleció en 1988. Eduardo planeó ese viaje para cerrar viejas heridas, y fue acompañado por sus padres Godo y Lidia, y por sus tres tesoros: Mía (5), su hija biológica; y Valentina (13) y Macarena (15), hijas del anterior matrimonio de su exmujer, pero a quienes también crió como padre.
Cuando volvió de esos días en la costa se lo notaba radiante, tras exorcizar parte de alguna historia que lo había marcado de por vida. Por suerte, pudo disfrutar de esos días, sin saber que también se acercaba su partida.
En tantas tardes compartidas en la tele, hablamos varias veces de la muerte y recuerdo perfectamente su definición del duelo. Chaktoura explicaba que había tres momentos: el shock, el enojo, y la aceptación. Hablaba de una etapa inicial o de shock, breve; una etapa intermedia, que puede durar semanas y meses; y una etapa tardía o de recuperación, antes de cumplido el año.
En ese camino estamos todos los que tuvimos el placer de conocerte, querido Eduardo Chaktoura. Que en paz descanses.